Filosofía Griega
Origen de la Filosofía -
Presocráticos
Sofistas, Sócrates y platon
Sofistas, Sócrates y platon
XVI - SÓCRATES
· El escepticismo y el ateísmo, frutos de las pasiones y del
espíritu de sofisma, iban desfigurando la filosofía de una manera lamentable; y
a la sombra de las malas doctrinas se corrompían las costumbres y se minaban
los cimientos de la sociedad. Convenía, pues, que apareciese un hombre
extraordinario capaz de oponerse a tantos estragos, y que pudiese llenar su
objeto no sólo por la elevación de sus ideas, sino también por las cualidades
de su carácter. Este fue Sócrates.
Nació en Atenas en 470 antes de la era vulgar, y murió en el de 400, condenado
a beber la cicuta.
·
El nombre de
este filósofo ha pasado a la posteridad como un modelo de juiciosa templanza en
las investigaciones y de moralidad en la conducta, y sea cual fuere la
exageración que en las narraciones se haya podido introducir, siempre resulta
cierto que Sócrates ejerció grande
influjo en la dirección de la filosofía griega y que su fama fue respetada en
los tiempos posteriores, triunfos que no se alcanzan sino con calidades
eminentes.
La
presunción de los sofistas, que pretendían hablar de improviso sobre todo,
halló un correctivo en la modesta expresión del filósofo de Atenas: una cosa
sé, y es que no sé nada. Los que se burlaban de Dios, de la religión y de la
moral encontraron un freno en la doctrina de Sócrates
que, apartando la consideración de lo demás, ponía la perfección de la
filosofía en el conocimiento y culto de la divinidad, en el arreglo de la
conducta y en prepararse para recibir en otra vida el premio de las buenas
acciones.
·
Se dice que Sócrates tenía un genio familiar, doemon,
con quien estaba en comunicación frecuente. ¿Era impostura? ¿Era ilusión? La
impostura no parece propia de un hombre que profesaba doctrinas tan severas, y
aunque haya en favor de tal sospecha el ejemplo de otros célebres personajes de
la antigüedad, esto no es bastante para admitirla. La buena fama de los hombres
es siempre respetable, siquiera hayan vivido en tiempos muy remotos. Un
filósofo que de tal modo se concentraba en la meditación de las verdades
morales, de la suerte del alma en la vida futura y sus relaciones con la
divinidad, no es extraño que cayese en la ilusión, creyendo que eran
inspiraciones de un genio los productos de su viva fantasía y reflexión
profunda.
·
El método de
Sócrates era conforme a sus
principios: enemigo de cavilaciones, se dirigía especialmente al buen sentido
de los oyentes empleando la forma de diálogo, que aproxima la discusión
filosófica al trato común de la vida. En su tiempo como en el nuestro, no
faltaban filósofos que, orgullosos de su razón, despreciaban el sentido común. Sócrates les enseñaba con su ejemplo que no es
buena la filosofía que empieza por ponerse en contradicción con las ideas y los
sentimientos del linaje humano.
·
El mismo
comparaba su método de enseñanza a un auxilio para el alumbramiento
intelectual; no creía producir las ideas, sino sacarlas de donde estaban,
ayudarlas a nacer. Este método se ligaba con sus doctrinas ideológicas, pues
opinaba en favor de las ideas innatas, diciendo que pensar era recordar.
Apoyaba su doctrina con el ejemplo de los niños, a quienes se puede ir
enseñando le geometría con sólo procurar que desenvuelvan reflexiva y
ordenadamente sus ideas sobre las figuras que se les vayan ofreciendo. Así es
que sin consignar principios generales ni establecer teorías, se dirigía a sus
oyentes haciéndoles alguna pregunta; según la respuesta, preguntaba de nuevo,
excitando y dirigiendo la reflexión de su discípulo hasta que le conducía a la
verdad deseada; con lo cual conseguía que el amor propio no se sintiese
humillado teniendo que recibir doctrinas ajenas, antes experimentase una
complacencia al ver cómo salían de su propio seno las verdades que aprendía.
·
En medio de
la humildad de su discusión, sabía emplear Sócrates
una dialéctica contundente. Al disputar con los sofistas, confesaba su propia
ignorancia; y como éstos creían saberlo todo, se adelantaban fácilmente a
exponer con extensión sus doctrinas. Sócrates
los oía, notaba los puntos flacos, las contradicciones, y tomando la palabra,
los llevaba gradualmente adonde quería, cubriéndolos de vergüenza. Esta sabía
hacerla más abrumadora con su finísima ironía.
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