Kant, Spinosa y Malebranche


 KANT

    La Razón como guía, impulso para la acción y tribunal. Imanuel Kant (1724-1804) confió moderadamente en la Razón: no pensó que ella sóla pueda despegarse del mundo empírico y desde sus altos vuelos planear sobre la región de lo metafísico (el "sueño dogmático" que criticó), pero sí que  penetrando a la Sensibilidad y en armonía con ella era capaz de ofrecernos conocimientos plenos y verdaderos. A la vez, esta misma Razón puede llamarnos desde lo más intimo de nuestro ser e incitarnos a la vida buena, en un mandato del bien que nada en el mundo puede quebrar. Pero ambas tareas, el conocimiento y la vida moral, necesitan del cuidado de una instancia que las regule, evite sus pretensiones infundadas o las confusiones en cuanto a sus resortes legítimos; curiosamente, para Kant esta instancia o tribunal al que debemos acudir es también la propia Razón. Junto con ello, tenemos en Kant la fascinación por una idea del mundo empírico y natural triunfante, la que ofrece el sistema de Newton, con la que nos arriesgamos a tratar todo como mera cosa, incluidos los hombres, perdiendo lo propio del mundo moral, la libertad y la dignidad de la decisión ética. La empresa filosófica de Kant es temeraria: mostrar que ambos mundos pueden conciliarse y que están presentes en la vida humana.
 

    “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí.”
Kant, Crítica de la Razón Práctica, Conclusión
  "La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. El mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración."
Kant, Una respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?  

SPINOSA

Spinosa nació en Amsterdam en 1632. Su sistema consiste en afirmar una sola sustancia y la imposibilidad de que haya otra. Esta sustancia única tiene dos atributos: el pensamiento y la extensión. Todo cuanto vemos en lo exterior, todo cuanto experimentamos en lo interior, son meros fenómenos de la sustancia única. Dios es todo, y todo es Dios; o más bien: no hay más que un ser, que lo es todo. En este supuesto no hay creación: todo es uno y eterno. No hay continencia, no hay libertad: todo es necesario. Spinosa no retrocede ante esta última consecuencia: «Concíbase —dice en una de sus cartas— una piedra que se mueve, y que sabe que se mueve: al conocer los esfuerzos que hace para el movimiento creerá ser muy libre, y que si continúa en el movimiento es porque quiere. Esta es la libertad humana de que todos se jactan, y que sólo consiste en que los hombres tienen conciencia de sus inclinaciones e ignoran las causas que los determinan.»
¿En qué estriba tan absurdo sistema? En una definición de la sustancia, en la cual confunde Spinosa el subsistir sin inherencia a otro, o en sí, con el existir por necesidad intrínseca: en suponer que no puede ser distinto sino lo que es diferente; en entender por infinidad absoluta un conjunto de absurdos; en tomar la palabra contener en un sentido grosero. En otra parte (Metafísica, Teodicea, cap. X) llevo explanado e impugnado el sistema de Spinosa, y así no quiero repetir lo que allí dije; baste observar que su método deslumbra por su forma matemática, y porque el autor aparenta no admitir nada que no esté rigurosamente demostrado. No negaré que Spinosa fuera un hombre de mucho talento; quien carece de él no se hace tan célebre; pero no puedo concederle esa profundidad que algunos le atribuyen. En el terreno ontológico e ideológico, que son precisamente los que él prefiere, Spinosa es sumamente débil, y al leer la serie de sus proposiciones, se sorprende uno de que haya quien tanto las pondere. En la actualidad hay un especial prurito de acreditar a Spinosa; es el santo del panteísmo, pues no ha faltado quien le diera este título sin temer la risa de los lectores; pero en la realidad es un sofista, nada más. Bayle, poco sospechoso a los incrédulos, examinando la proposición quinta, en que afirma Spinosa que no puede haber dos o más sustancias de un mismo atributo, porque de la identidad de atributos resulta la identidad de sustancias, dice: «Este es el Aquiles de Spinosa, y el fundamento de todo el edificio, lo que, sin embargo, no es más que un muy ridículo sofisma, por el que no se dejarían seducir los principiantes de lógica. En los rudimentos de la filosofía ya se enseña lo que significan el género, las especies y el individuo.» (Diccionario histórico y crítico.)

MALEBRANCHE

Uno de los más eminentes discípulos de Descartes fue Malebranche. Nació en París en 1638 y murió en 1715. Como su maestro, reunió a la metafísica las matemáticas, la física y la astronomía. Sus principios fundamentales son los de Descartes; pero un hombre de genio como Malebranche no se contenta con imitar; imitando inventa.
Distiguióse Malebranche por su exagerado ocasionalismo. Inexactamente se ha llamado cartesiano al sistema de las causas ocasionales, pues Descartes no lo defiende, y antes parece que opinaba en contrario. En su carta a Enrique Moro se expresa así: «La fuerza motriz puede ser o de Dios, conservando en la materia igual cantidad de movimiento al que en ella puso desde el momento de la creación, o bien de una sustancia creada, como de nuestra alma, o de cualquier otra cosa a la que Dios haya dado fuerza para mover el cuerpo.» Comoquiera, Malebranche no sólo negó la causalidad efectiva y recíproca en el alma y el cuerpo, sino que en general sostuvo que no había verdadera causalidad en ninguna criatura, ni en las corpóreas, ni en las espirituales. «Las causas naturales no son verdaderas causas; son únicamente causas nacionales: sólo la voluntad de Dios es verdadera causa.» (Recherche de la vérité, 1. VI, par. II, cap. III.) Llevó sus doctrinas hasta el extremo de dudar de que fuera posible el que se comunicara a las criaturas la verdadera causalidad. «Añado —dice— que no se puede concebir que Dios pueda comunicar a los hombres o a los ángeles el poder que él tiene de mover los cuerpos; los que creen que la facultad de mover el brazo es una verdadera fuerza, debieran admitir que Dios puede comunicar a los espíritus el poder de criar y anonadar; en una palabra, hacerlos omnipotentes» (Ibid).

Salta a los ojos que no hay paridad entre estas cosas, y que por lo tanto la consecuencia no es legítima. Además, el sistema de Malebranche ofrece otra consecuencia funesta, que no admitía ciertamente su ilustre autor, pero que difícilmente se evita: si no hay en las criaturas verdadera causalidad, no habrá verdadera actividad; y entonces, ¿cómo se explica la verdadera libertad? ¿Cómo se salva?

El ilustre filósofo, que unía con sus teorías una sincera adhesión a las verdades católicas, sentía el peso de la dificultad y procuraba deshacerse de ella, no advirtiendo la contradicción en que incurría. Después de haber negado en general la posibilidad de una causalidad verdadera, aun en los espíritus, dice: «Entre las almas y los cuerpos hay mucha diferencia; nuestra alma quiere, obra; en algún sentido se determina; lo confieso: Esta verdad  nos la atestigua el sentido íntimo, o la conciencia; si no tuviésemos libertad no habría premios ni penas en la otra vida, pues sin libertad no hay acciones buenas ni malas; la misma religión sería una quimera. Pero el que los cuerpos estén dotados de la fuerza de obrar, ni lo vernos claro, ni creemos que se pueda concebir; y esto es lo que negamos al negar la eficacia de las causas segundas.»

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