EPICÚREOS
La doctrina cirenaica dio sus
frutos: el hedonismo de Aristipo quedó como una mala simiente para emponzoñar a
las escuelas. Su más famoso propagador es Epicúro,
que vivía por los años de 300 antes de la era cristiana.
La filosofía
de Epicuro tuvo muchos secuaces ;
nada más natural: es cómoda. El mérito de este filósofo era escaso; si se
hubiese dirigido al entendimiento, no habría sido capaz de fundar escuela; pero
¿quién no la funda si quiere halagar las pasiones?
Epicuro, que tal preferencia daba a los sentidos, era, sin embargo, muy
ignorante en las ciencias físicas: totus alienus (Cic., De fin.,
lib. I). Siguió a Demócrito en la teoría de los átomos o corpuscular; pero,
queriendo mejorarla, la estropeó; ut ea quae corrigere vult, mihi quidem
depravare videatur (Ibid). No podía ser buen físico quien desdeñaba
la geometría y aconsejaba a su amigo Polieno que procurase olvidarla. (Ibid.)
Se gloriaba de no haber tenido maestro; para ser ignorante, no se necesita.
La lógica de
Epicuro no era una ciencia; era un
conjunto de reglas: cánones; por esto no la llamó dialéctica, sino canónica.
Como no admitía más que sensaciones, toda su lógica se limitaba a dirigir
éstas. El criterio de la verdad lo ponía en los sentidos. Epicuro no reconoce
orden intelectual.
Algunas
veces habla de los dioses; pero en tal filósofo este lenguaje es un sarcasmo.
Para él sólo hay materia y movimiento; lo demás es nada. Los negaba en la
realidad; los dejaba de palabra: Re tollens, oratione relinquens Deos (De
Nat. Deor., lib. I).
Comoquiera, Epicuro tuvo buen cuidado de negar la
Providencia de los dioses, para el caso que existieran. «Un Ser eterno y feliz,
dice, ni tiene pena ni la da; ni se indigna, ni ama» (Cic., De fin.,
lib. I). Con esta doctrina fácilmente se infiere a qué se reduce, según Epicuro, la vida futura: a nada; la muerte es
el fin de todo.
La moral
corresponde a la metafísica; el edificio al cimiento. Para Epicuro el bien es el placer; el mal, el
dolor; gozar del primero y huir del segundo: he aquí toda su moral. Honesto,
deshonesto, lícito, ilícito, deber, obligación, virtud, vicio; todo se
convierte en palabras sin sentido. El filósofo las usa algunas veces, y hasta
parece que intenta encubrir lo repugnante de sus doctrinas, encomiando a la
virtud; pero pronto se olvida de su designio y cae de nuevo en el lugar que le
corresponde: el lodo.
¿Qué importa
el recomendar la templanza cuando esta recomendación no tiene más objeto que el
placer mismo? El epicúreo dice: «Gozad con moderación para que podáis gozar por
más tiempo y mejor»; pero el destemplado dirá: «Si no hay más regla que el
placer, quiero calcular a mi modo el valor de su cantidad y calidad»; y es
temible que muchos, aun cuando conozcan que abrevian su vida con el desorden,
repitan la famosa frase: corta y buena. Además, suponiendo que Epicuro llegase a formar un sabio a su manera,
el tipo de su perfección ideal sería un buen calculador en todo lo que atañe a
salud y comodidades; así los hombres morales por excelencia serían les más
sanos y gordos: Epicuri de grege porcos, dijeron con verdad los
antiguos.
El íntimo
amigo de Epicuro, su discípulo
predilecto, fue Metrodoro. Este,
según nos dice Cicerón, se indignaba contra su hermano Timócrates, porque
dudaba de que toda la felicidad consistiese en el vientre; quod dubitet
omnia quoe ad beatam vitam pertinent ventre metiri (De Nat. Deor.,
lib. I, § 4o).
Para oprobio de la escuela de Epicuro se ha conservado en las obras de Plutarco un fragmento de la carta a que alude Cicerón: «¡Oh qué gozo, qué gloria para mí el haber aprendido de Epicuro el modo de contentar mi estómago! Porque en verdad, ¡oh Timócrates!, el bien soberano del hombre está en el vientre.» Quien tales cosas escribía a un hermano, ¿qué diría al estar en libertad entre sus amigos?
Para oprobio de la escuela de Epicuro se ha conservado en las obras de Plutarco un fragmento de la carta a que alude Cicerón: «¡Oh qué gozo, qué gloria para mí el haber aprendido de Epicuro el modo de contentar mi estómago! Porque en verdad, ¡oh Timócrates!, el bien soberano del hombre está en el vientre.» Quien tales cosas escribía a un hermano, ¿qué diría al estar en libertad entre sus amigos?
El ilustre
romano se indignaba contra esta doctrina; su grande alma no podía ni tolerarla
siquiera; y como además estaría viendo los estragos que hacía en las
costumbres, agota contra ella los tesoros de su elocuencia; para formarse idea
de Epicuro y su sistema es preciso
leer a Cicerón. Tan pestilente doctrina debió de contribuir a la decadencia de
Roma, pues sabemos por Cicerón que el retrato de Epicuro se hallaba en cuadros,
en vasos y hasta en las sortijas. Cujus imaginen non modo in tabulis nostri
familiares, sed etiam in poculis et in annulis habent (De fin., lib.
V).
El epicureísmo práctico es la obra de las
pasiones; el teórico es un servicio que el entendimiento les presta; he aquí
por qué le hemos visto resucitar en los tiempos modernos.
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